lunes, 2 de julio de 2018

Robinson Crusoe


Recuerdo haber leído esta novela con entusiasmo en mi juventud. Varias veces la leí. Daniel Defoe es el primer periodista moderno. Su lenguaje sobrio y concreto, de un realismo escrupuloso, es el de la crónica: anota, confronta, documenta o expone de forma veraz aunque los hechos sean inventados por él u oídos contar a marineros fanfarrones. Robinson habla como un testigo, incluso cuando relata sus propias vivencias. Alterna continuamente las descripciones de hechos externos con los pensamientos e imágenes interiores, perceptibles al lector por la unificación del punto de vista. Es en muchas ocasiones extraordinariamente preciso y, en otras, siembra dudas usando expresiones como «más o menos» o «supongo», como lo haría cualquiera, artificio útil para resultar convincente acerca de la veracidad del núcleo de su historia.

Robinson Crusoe suele calificarse como la primera novela que conecta con los jóvenes, sin haber sido escrita para ellos, debido a un planteamiento que llegará a ser una constante del género: un proceso de maduración personal a través de un enfrentamiento con las dificultades. Es un arquetipo de novela juvenil, porque presenta y resuelve de modo positivo las aspiraciones confusas de la adolescencia: escape de las rutinas y trabajos ordinarios, de la ley y las formas sociales; superación de la inseguridad organizando el propio tiempo y dándose —aunque sea aparentemente— una ley propia.

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