jueves, 26 de julio de 2018

El bosque animado

El bosque animado es una obra maestra de la literatura castellana. Pocas veces una tierra y un pueblo habrán sido descritos con tanto ingenio, tanta delicadeza y tanto colorido. Mostrarnos el «tapiz de vida» que es la fraga, da la oportunidad a Wenceslao Fernández-Flórez de hacernos partícipes de su visión entrañable y poética de la naturaleza, y de su cordial ironía hacia los hombres. Sus descripciones contienen metáforas vivísimas vestidas con un lenguaje sonoro y musical. 
No falta en ellas el sentido del humor, que unas veces deriva hacia el absurdo, otras hacia el sarcasmo, otras hacia las peculiaridades de la tierra: una campesina que se cruza con Marica da Fame, se nos dice, se detuvo unos pasos más allá, «para simular que le nacía una intención, porque por natural que sea el propósito de un campesino gallego, nunca querrá darlo a entender sin disimulo». Pero predomina sobre todo el lirismo tierno y melancólico sin nada empalagoso. 
Lo real y lo fantástico se funden en una narración hipnótica en la que con tanto interés se siguen las andanzas del bandido Fendetestas, como las tristes vidas de los niños Fuco y Pilara, como las aventuras del topo Furacroyos o del murciélago Abrenoite, como cualquiera de las divertidas y sugerentes fábulas que salpican la historia. El tono amable no impide a Fernández Flórez mencionar con amargura escéptica la oposición entre naturaleza y progreso, las duras condiciones sociales del campo gallego, cuyas gentes son, tantas veces, «como hombres contra los que se hubiese dictado, sin merecerlo, una sentencia de inferioridad» que les excluye de muchos goces y descansos que otros disfrutan.

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