«La literatura de Ishiguro es realmente irresistible. Tiene claridad, ambición, elegancia, pasión... todas las cualidades de la gran literatura.» Richard Ford
La mejor novela del último escritor galardonado con el Premio Nobel, “Los restos del día” es una novela de 1989 del escritor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro. La adaptación cinematográfica fue dirigida por el cineasta James Ivory en 1993.
Inglaterra, julio de 1956. Stevens, el narrador, durante treinta años ha sido mayordomo de Darlington Hall. Lord Darlington murió hace tres años, y la propiedad pertenece ahora a un norteamericano. El mayordomo, por primera vez en su vida, hará un viaje. Su nuevo patrón regresará por unas semanas a su país, y le ha ofrecido al mayordomo su coche –que fuera de Lord Darlington– para que disfrute de unas vacaciones. Y Stevens, en el antiguo, lento y señorial auto de sus patrones, cruzará durante días Inglaterra rumbo a Weymouth, donde vive la señora Benn, antigua ama de llaves de Darlington Hall. Y, jornada a jornada, Ishiguro desplegará ante el lector una novela perfecta de luces y claroscuros, de máscaras que apenas se deslizan para desvelar una realidad mucho más amarga que los amables paisajes que el mayordomo deja atrás. Porque Stevens averigua que Lord Darlington fue un miembro de la clase dirigente inglesa que se dejó seducir por el fascismo y conspiró activamente para conseguir una alianza entre Inglaterra y Alemania.
Pero la novela no se centra tanto en las cuestiones políticas como en el mundo interior de Stevens. El drama -como ya hemos dicho- se centra en Stevens: toda la historia gira en torno a este personaje y en su incapacidad afectiva. Su formación y su “sentido del deber” le llevan a ocultar sus sentimientos hasta el punto de no querer “distracciones” en su trabajo, aunque sea un simple ramo de flores. Es notable en él su falta de capacidad, tanto para manifestar sus propios sentimientos como para hacerse cargo de los sentimientos de los demás, cuestión que se pone especialmente de manifiesto en su trato con Miss Kenton, que parece rendirle un sincero aprecio, pero no es capaz de superar las barreras que el propio Stevens levanta obstinadamente una y otra vez.