La lectura de este libro me ha servido para descubrir a un autor interesante: Jean Lafrance, auténtico maestro de oración y autor de más de 30 libros de espiritualidad.
en el presente libro nos muestra cómo María puede ser el camino para alcanzar la meta evangélica de “orar siempre sin desfallecer” (Lc, 18), meta que a primera vista podría parecer imposible, pero nuestra María es “Madre de lo imposible” y asi la invoca el pueblo fiel con esa antigua oración: “Jamás se ha oido decir que uno solo de los que han acudido a vuestra protección, implorado vuestro auxilio y reclamado vuestro socorro haya sido abandonado de vos”.
La Virgen ha educado en la oración a tantos santos, “Cuando voy a la capilla -decía Santa Catalina Labouré- me pongo delante de Dios y le digo: "Señor, héme aquí dame lo que quieras". Si me da algo, me pongo muy contenta y le doy las gracias. Si no me da nada, le doy gracias también, porque no merezco más. Después le digo todo lo que viene al alma: le cuento mis penas y mis alegrías y escucho. Si le escucháis, él os hablará también, pues con Dios hay que hablar y escuchar. El habla siempre cuando se va buena y sencillamente”.
Un momento importante del itinerario cristiano es la oración de súplica. Así hemos de rezar nuestras oraciones, con un profundo sentido de súplica, tanto en el padrenuestro como en el avemaría: ¡Hágase tu voluntad! ¡Venga a nosotros tu Reino! ¡Ruega por nosotros pecadores!
“Un momento crítico de la vida espiritual es aquel en el que uno se da cuenta de que no se va a poder detener, porque se encuentra muy bien suplicando de vez en cuando e incluso a menudo; pero cuando se siente que la presión de Dios se hace tal que uno no va a poder detenerse ni un solo instante, entonces se piensa que hay más cosas que hacer en la vida. Sin embargo no hay otra cosa más que suplicar, y ahí interviene la gran conversión: el paso a la gloria. Es lo que pedimos tan a menudo a María: «Ruega por nosotros...ahora y en la hora de nuestra muerte”. En el Rosario pedimos a la Virgen esa ciencia, ese secreto y esa sabiduría que se llama súplica.
Quizá tenemos que recomenzar por ahí y aplicarnos las palabras del Señor que nos dice: “No habéis pedido todavía nada en mi nombre, no sabéis cómo pedir ni lo que hay que pedir. No habéis empezado todavía”
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