Los tiempos que vivimos están muy necesitados de esperanza, por eso Lucas Buch acierta plenamente al ofrecernos en este libro interesantes reflexiones sobre lo que constituye la esperanza cristiana.
Curar la desesperanza se ha convertido en un aspecto fundamental de la misión de la Iglesia con gente joven… y no tan joven. ¿Cómo encarar este desafío? Quizá habría que comenzar por preguntarse: ¿qué hace valiosa la vida humana?, ¿qué hace valiosa mi vida? En el mundo occidental, la respuesta se encuentra a menudo entre la opinión de los demás y el éxito, que debe ser, además, obra de las propias fuerzas. El ser humano se ha convertido en un absoluto creador de sí mismo, cuya obra debe ser ensalzada por todos.
Recordando una memorable conferencia de Ratzinger nos enfrentamos a una alternativa fundamental a la hora de dar razón del mundo y de configurar una ética: Se trata de saber si la razón o lo racional se halla o no al comienzo de todas las cosas y como fundamento de las mismas. Se trata de saber si lo real surgió en virtud de la casualidad o azar (…) o si sigue siendo verdad lo que constituye la convicción fundamental de la fe cristiana y su filosofía: «In principio erat Verbum», al principio de todas las cosas se halla la fuerza creadora de la razón. En pocas palabras: o bien el origen de lo real es irracional, o bien hay en él una inteligencia. La primera posibilidad es la que propone cierta teoría de la evolución, netamente atea, que ha pasado de ser una teoría científica —aplicada a ciertos ámbitos de lo real—, a presentarse como una filosofía primera —una explicación general de la realidad.
Desde la perspectiva materialista nuestra existencia no tendría más valor que el del éxito que logremos en la lucha por la supervivencia y en la prevalencia sobre los demás (que se convierten, lógicamente, en competidores). El hombre es el creador de su propio valor, y en esa tarea puede triunfar… o fracasar, y en tal caso merece sencillamente ser descartado como un ejemplar que no ha logrado adaptarse adecuadamente al medio y al tiempo en que le tocó vivir.
La alternativa a esta descarnada visión es la propia del cristianismo, que en este punto se encontró con el pensamiento griego: en el origen del mundo hay una inteligencia que da orden a la naturaleza. En realidad, la revelación bíblica va más allá de la sabiduría pagana, al identificar esa inteligencia con un amor personal. En el origen del mundo, así como en el de cada vida humana, hay un pensamiento de Dios, y precisamente de un Dios que ama singularmente a cada persona. La expresión más acabada de esa idea se encuentra en los escritos de san Juan, quien afirma tanto la presencia del Lógos —la inteligencia, el orden, la palabra— en el origen de todo, como que «Dios es amor» (1Jn 4,8; cfr. Jn 1,1).
Hay mucha gente cansada, afirma el autor. Malas caras. Malas contestaciones. Hartazgo. Sensación de no-puedo-más. También los cristianos viven a menudo cansados, por múltiples motivos: aparte los profesionales y familiares, a los que no son inmunes, una vida interior que parece rutinaria y apagada; el esfuerzo por seguir un modo de vida que choca con la experiencia de la propia debilidad, con caídas repetidas o defectos
El papa Francisco dio una respuesta a esta situación al afirmar que «nuestra época es un kairós de misericordia, un tiempo oportuno». Y al preguntarle por qué, señalaba: porque la de hoy es una humanidad herida, una humanidad que arrastra heridas profundas. No sabe cómo curarlas o cree que no es posible curarlas. Y no se trata sólo de las enfermedades sociales y de las personas heridas por la pobreza, por la exclusión social. También el relativismo hiere mucho a las personas: todo parece igual, todo parece lo mismo.
El mejor modo de afrontar toda forma de desánimo consiste en descubrir la centralidad de Dios en la vida. La propia valía no depende de lo que hagamos, de nuestras conquistas o de nuestro rendimiento, sino del amor que nos ha creado, que ha soñado con nosotros y nos ha afirmado «antes de la fundación del mundo». O como recordó Benedicto XVI al comienzo de su Pontificado «No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario».
En definitiva, estamos ante un libro que recomiendo vivamente a todos los cristianos que se hacen preguntas sobre los temas fundamentales.