Con frecuencia hablamos del amor, pero usamos tanto esta palabra que puede quedar devaluada. Muchos reducen el amor a sentimientos pasajeros o a buenas intenciones que no terminan de dar frutos reales. Marc Vaillot pone en nuestras manos un libro compuesto de párrafos breves e incisivos donde se m muestran distintas facetas de el amor hecho realidad. "Destellos del amor verdadero". Recogemos aquí algunos de ellos:
Amar es escuchar. “Saber escuchar es el principio de saber vivir bien” (Plutarco)
La escucha es un elemento primordial para conocer a una persona; para desarrollar afecto, amistad y amor. ¡Cuántos vínculos se degradan cuando aquello que dice el otro ya no interesa!
Es difícil saber escuchar. Supone, en primer lugar, dedicar tiempo a las personas que amamos para conocerlas mejor y ponerse en su lugar sin prejuicios. Supone dar importancia a lo que nos quieran revelar. La escucha debe estar presente siempre en el amor más intenso, pasando por el interés creciente que sentimos por alguien.
Amar es ser paciente. La paciencia es crucial en cualquier forma de amor. Hay una impaciencia positiva que estimula tanto a uno mismo como a las personas que amamos. Es una insatisfacción ante lo que podemos mejorar. Nos invade cuando nos esforzamos en llevarnos mejor con alguien.
Por el contrario, la impaciencia dictada por el perfeccionismo o por la precipitación no suele ser constructiva. El enfado o la ira degrada las relaciones de amistad o de amor. Sin indulgencia la amistad y el amor están condenados al fracaso.
Amar es sacrificarse. Podemos afirmar sin la menor duda que el amor sabe y gusta sacrificarse. Podemos decir que amar es esencialmente certificarse por la persona que amamos. No hay amor sin sacrificio.
El amor contribuye al bien de la persona amada. Lleva a dar lo que hay en sí mismo, renunciar a algo propio para ofrecerlo, olvidarse de si sacrificando el egoísmo. Por llevar a abandonar el yo con vistas a la felicidad común. Al hacer felices a los demás, los somos nosotros mismos.
Amar es acoger. Cada encuentro es una mutua acogida. Cada encuentro con una persona amada debe ser una fuente de alegría. Es esencial, por tanto, recibir al otro con una predisposición amorosa.
Acoger bien es, en ese reencuentro amoroso, evitar como sea los reproches, los ajustes de cuentas, los comentarios despectivos, las observaciones hirientes, los enfados, las quejas, la indiferencia…
Amar es dialogar. Conocer y amar son las actividades supremas del ser humano. Primero conocer: conocerse a sí mismo y conocer al otro. Después, amar, esto quiere decir vivir una relación entre la persona amada y la persona que ama. En ambos casos se trata de establecer un diálogo profundo que sea intercambio y don recíproco.
¡Qué importantes son las palabras para permitir el diálogo! Entablar un diálogo es abrirse al otro, acogerlo, escucharlo, dar crédito a lo que dice y hablarle. Dialoguemos para construir, remover los obstáculos, poner de manifiesto y alimentar lo que une.
Amar e sonreír. Una sonrisa amable es, sin duda, lo que más se aprecia de una persona. ¡Cuánto lamentamos, en cambio, una sonrisa solapada, falsa, hipócrita, burlona o irónica! Que muestran una interioridad ácida y triste.
Una sonrisa sincera es un rayo de luz capaz de iluminar mi hogar, mi familia, mi oficina, los medios de transporte… ¡incluso la noche más oscura!
Amar es ayudar. Al inventar la lluvia y la nieve por amor ¿acaso no pensó el Creador en todos los seres vivos que necesitarían agua? Quiso el sol par que iluminara y diera calor a todos los seres del mundo; las flores para que vistieran los campos y deleitaran los ojos de los hombres. Hemos sido formados para ayudarnos unos a otros en vista a nuestro desarrollo mutuo.
Amar es estar atento a las necesidades de los que nos rodean, acompañándolos, para agilizar sus pasos. Este debería ser un profundo deseo entre nosotros. ¡Cuántas personas necesitan de mí, de mi consuelo y mi apoyo!
Amar es estar juntos. “Que la dolencia de amor solo se cura con la presencia y la figura” San Juan de la Cruz lo expresó de forma maravillosa en su Cántico espiritual: “Acaba de entregarte ya de vero -no quieras enviarme de hoy más ya mensajero – que no saben decirme lo que quiero”.
La alegría de compartir provoca en deseo de la compañía del otro y la pena de la separación. ¿Tengo amigos que tengan ganas de estar conmigo? No hay manifestación de amor que sea más evidente. Cuando estoy con los demás ¿estoy realmente con ellos… o me aíslo con el móvil?
Amar es compartir. Compartir es participar, “tomar parte” en algo que es o se vuelve común. Lo material no se comparte, se reparte (pastel), se comparte realmente lo espiritual. “Una idea es más idea cuando está en más cabezas” dice Aristóteles.
Con otras palabras, solo los bienes espirituales o inmateriales se pueden compartir perfectamente. Podemos ser muchos los que asistimos y disfrutamos de la misma obra de teatro. ¿qué solemos poner en común con aquellos que amamos. Lo más importante que comparten los que se aman es su intimidad.
Amar es confiar. Es creer que el otro es digno de confianza. Confianza, “cum-fide”, tener fe en la persona amada. ¡Confío en ti! Confiamos en una persona basándonos en el hecho de que la conocemos, ¡porque sabemos quién es!
Quien ama confía pase lo que pase; entrega su libertad y recibe la del otro. No necesita controlar ni verificar nada, porque sabe que recibirá del amor del otro todo lo que espera.
Amar es perdonar. El perdón sincero es un acto de amor que reconcilia. Amar significa borrar los defectos de la persona amada, evitando hacer una lista de agravios. Es intentar sinceramente no dar importancia a los defectos del otro, incluso verlos con buen humor.
Quien no perdona no ama, quien no perdona fácilmente ama poco. El amor tiene el poder de redimir. No condena, salva. A través del perdón redimo al otro de su falta. En el amor el perdonar y el pedir perdón deben ser una práctica habitual.
Amar es cuidar del otro. Es estar atentos a que los demás se sientan bien y sean felices, a que no se deterioren en ningún aspecto. Anticiparse con n nuestras modestas posibilidades a cualquier situación que podría dañarles.
Amar es tomar al otro un poco como “tarea”, como un “proyecto”, porque la persona amada es una joya de la que nos gustaría sacar el máximo esplendor. Con o sin dolor, no escatimamos los medios para sacar a relucir el máximo esplendor.
Amar es cuidar los pequeños detalles. ¡Qué gran amor muestra quien se esmera em las cosas pequeñas! Qué grandeza de alma la de quien alimenta su relación con los demás con signos positivos: gestos, sonrisas, orden, puntualidad, delicadeza, cortesía… su presencia es un bálsamo dondequiera que esté.
Amar es cuidar esas cosas pequeñas que muestran al otro nuestro afecto. Probablemente no tengamos talentos excepcionales o enormes recursos que ofrecer. Nuestro quehacer diario suele consistir en compartir realidades modestas: unos momentos, una noticia, una broma amable… que sean manifestación del interés que tenemos por el otro.
Amar es consolar. Amar es amortiguar las penas de los demás para tranquilizarlos. Esta debería ser nuestra actitud espontánea ante cualquier persona que sufre física psíquica o moralmente. La vejez, la enfermedad, la soledad, la penuria… deberían mover nuestra conciencia sin excluir a nadie.
En ocasiones no es fácil consolar. Ante la pérdida de un ser querido o un mal irreversible del tipo que sea. Consolar es acompañar a quien se siente solo. La ocasión se presentará muchas veces, pues estamos rodeados de gente que puede pasar por un mal momento.